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Celebrando los setenta años de Andrés Pérez Araya


Por Víctor Hernández, parte del equipo de Deriva de cazuela con luche, proyecto de la Región de Magallanes que forma parte del programa Territorios Creativos.

Digámoslo claramente. Es imposible que un artista de la calidad y la trascendencia de este actor, dramaturgo, coreógrafo y director de teatro, pueda morir o quedar en el olvido. Aunque el certificado de defunción oficial diga que Andrés Lorenzo Pérez Araya falleció un día como hoy 3 de enero, pero de 2002 hace diecinueve años, en la fatídica cama Nº8 del hospital San José de Santiago.

Han transcurrido casi dos décadas desde esa fecha y de lo que estamos seguros, es que el trabajo vanguardista de este creador puntarenense cobra cada vez mayor notoriedad y significación. Es que Andrés Pérez, como artista y ciudadano, fue un adelantado a su época. Por eso, nos atrevemos a asegurar que este 2021 en que nuestro autor cumpliría setenta años, lo celebraremos con la certeza de la plena vigencia de su obra innovadora, que modificó en muchos aspectos la forma de hacer teatro en Chile, para siempre.

Nacido en la capital austral el 11 de mayo de 1951, apenas contaba cincuenta años al momento de perecer. Fue el quinto de siete hermanos. Su niñez, marcada por la ictericia y problemas hepáticos lo acercaron a la lectura, mientras se deleitaba contemplando a su madre, Alicia Araya, cuando esta realizaba sus diseños de bordado con punto cruz.

Aunque muchos estudiosos de la obra del dramaturgo suelen restarle valor a la relación que tuvo con su padre, el suboficial de la Armada Nacional, Antonio Pérez Alonso, nosotros estimamos precisamente lo contrario. Su progenitor, de personalidad ruda si se quiere, influyó en despertar la curiosidad y la fantasía del niño Andrés, con sus fabulosas historias marineras, como lo corroboró el propio artista en una de sus últimas entrevistas en donde reconoció: “Una de las cosas que recuerdo de mi infancia eran los cuentos de mi padre. Él y sus amigos marinos tenían unas historias alucinantes de aventuras, de descubrimientos, de viajes, de naufragios, que escuchaba absorto”.

También, nos atrevemos a señalar que su infancia en el antiguo Barrio Yugoslavo de nuestra ciudad moldeó su carácter, inspiró los motivos de varias de sus futuras creaciones teatrales y despertó su vocación de artista. En un reportaje efectuado por Valentina Montiel que incluyó fotos de Perry Gleys titulado “Recordando a Punta Arenas, el paraíso perdido de Andrés Pérez”, publicado por El Magallanes, el 19 de febrero de 1989, el dramaturgo describió algunos aspectos poco conocidos de su niñez:

“En Punta Arenas vivía al lado del río. Y cerca estaba el burdel regentado por un personaje conocido como la 'tía Lucy'. Yo era pequeño así que no fueron mis vivencias las que escribí en la obra Las del otro lado del río pero observaba el ir y venir de las asiladas, tema que me interesa mucho"

"Los domingos en la tarde asistía a la Parroquia Don Bosco y allí me entretenía viendo la representación de pasajes religiosos. También fui monaguillo atraído por lo teatral del rito. A los 9 o 10 años de edad para un papel de relleno se necesitaba un chico delgado y pequeño. Supongo se me eligió ya que cumplía con los dos requisitos…”

De su improvisado debut como actor guardó el comentario irónico que hizo su mamá Alicia, cuando supo que a su retoño lo habían tratado de indio y de negro: “Dígale a esos amigos suyos que el color negro es el color que no destiñe”.

A los doce años partió con su familia a vivir al norte del país: primero a Tocopilla y luego a La Serena. Mientras cursaba la educación media en el Seminario Franciscano de esa ciudad, sintió el deseo de ser sacerdote, pero fue expulsado a los pocos meses, por indisciplinado y rebelde.

De todas maneras, el interés genuino de Andrés Pérez por la religión no disminuyó un ápice. Por el contrario. El asombro que despertaba en él los distintos ritos de la liturgia y la relación de poder que observaba durante la celebración de la eucaristía permaneció incólume, como si se tratara de un gran escenario de múltiples posibilidades. Aún más. Esta obsesión del autor por el ceremonial católico se manifestará en la puesta en escena de varias de sus obras más célebres.

Que Andrés Pérez era un ser versátil en extremo, no hay duda. A fines de 1969 sorprendió a su núcleo familiar al conseguir el más alto puntaje nacional en la Prueba de Conocimientos Específicos en Física. Se matriculó entonces en la Universidad Católica de Santiago con el objeto de estudiar Ingeniería Civil. Papá Antonio, ve a su hijo como un futuro catedrático o tal vez como un científico de renombre. Sin embargo, apenas llegado a la gran urbe, Andrés Pérez se encandila con las luces de neón y las interminables noches de la bohemia santiaguina. En secreto ha decidido cortar el cordón umbilical que lo une con su familia.

Formación y nacimiento de un artista excepcional

En 1971 ingresó a estudiar a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Durante tres años incorporó a su innata capacidad actoral, una preparación académica y teórica, que le auguraba un promisorio campo como director teatral. Ello se cumplió sólo en parte. El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 interrumpió parcialmente, como veremos, esa hoja de ruta.

Esta primera época se revelará como fundamental en la vida del artista. En 1972 contrajo matrimonio con la joven actriz Rosa Ramírez, que se convirtió con el transcurso del tiempo -pese al divorcio que tuvieron en 1975- en la musa, compañera e intérprete principal de muchas ideas que plasmó en su obra creativa. De esta relación nació el único hijo de la pareja, Andrés Pérez Ramírez, el mismo 11 de septiembre de 1973, por esas “coincidencias mágicas y astrales”, como aseguraba el actor.

Los años que vinieron a continuación fueron muy duros para Andrés Pérez. “Tuve que vivir en hospederías, comer en La Vega, dormir en El Metro en la época en que lo estaban construyendo. Pero eso me permitió conocer unos mundos extraordinarios, a los que amo entrañablemente. Esa es la fuente suprema de mi inspiración”.

Entre 1975 y 1977 consiguió finalizar su carrera como director teatral. Por esos años trabajó ocasionalmente como bailarín y coreógrafo en la Compañía de Revistas Bim Bam Bum y en el programa de televisión Sábados Gigantes. En este período ocurrió un hecho que marcó para siempre el devenir artístico de Andrés Pérez.

En 1978 el Ministerio de Educación, en alianza con la Corporación de Extensión Artística de la Universidad Católica, con el objeto de promover las artes escénicas a lo largo del país, creó el Teatro Itinerante. La dirección del proyecto fue confiada al dramaturgo Fernando González, que nutrió su propuesta creativa con nuevos actores, planteando un resurgimiento del alicaído panorama del teatro nacional.

Una de las primeras y más logradas puestas en escena, fue la remozada versión de la célebre obra del escritor inglés William Shakespeare, Romeo y Julieta, con la destacada participación de Alfredo Castro y Norma Ortiz, en los papeles estelares. En tanto, Andrés Pérez fue el encargado de montar la coreografía y de encarnar el rol de Mercuccio, personaje secundario que en la trama motivó la tragedia entre los enamorados.

Su colaboración con el Teatro Itinerante culminó en diciembre de 1980. En aquel momento, Andrés Pérez decidió fundar junto a Rosa Ramírez, y Juan Edmundo González su propia compañía llamada Teatro Urbano Contemporáneo (TEUCO) en que plasmará en forma experimental, varias de las ideas por las que será reconocido posteriormente. En primer término, transgredir la representación teatral que se produce habitualmente en una sala tradicional para reconvertirlo en un espectáculo visual realizado en la calle, al aire libre, para que actores y espectadores puedan interactuar con total libertad.

Esta propuesta revolucionaria no implicó que Andrés Pérez participara de otras iniciativas. En 1982 interpretó con singular acierto, en la obra de Isidora Aguirre dirigida por Abel Carrizo Muñoz, ¡Lautaro! Epopeya del Pueblo Mapuche, al héroe indígena, en un montaje que la crítica especializada catalogó como el mejor de ese año. El propio actor dijo que a Lautaro lo percibió “como un hombre que absorbe los adelantos técnicos de una cultura para ponerse al servicio de su pueblo”.

Las cualidades histriónicas y la facilidad que exhibía Andrés Pérez para corporizar los papeles más difíciles, llamaron la atención de los medios de comunicación. En octubre de 1983, el Instituto Chileno Francés de Cultura le otorgó una beca para que pueda perfeccionarse en París. La estadía programada de cuatro meses, se extendió por casi seis años.

Influencia del Théatre du Soleil

Es imposible disociar el proceso creativo de Andrés Pérez con la preparación teórica y práctica recibida por el artista magallánico en esta institución académica. Creada en 1964 por la directora Arianne Mnouchkine y la Asociación Teatral de Estudiantes de París, en un comienzo buscó ampliar las relaciones y los vínculos entre distintos actores y grupos teatrales de Francia.

Si bien, proponían un trabajo esencialmente colectivo, una de sus primeras manifestaciones artísticas fue escenificar grandes obras catalogadas como “Comedias del Arte”, en especial, el teatro de Lope de Rueda y de Jean Baptiste Poquelin (Moliere). A contar de 1981 empezaron a reeditar las tragedias de William Shakespeare.

En lo esencial, el Théatre du Soleil proponía que los actores estudiaran cada uno de los papeles que componía una obra. Sólo al final de este entrenamiento, se decidía qué actor o qué actriz interpretaría un determinado rol. Otra de las facetas de esta agrupación fue la recuperación de los principales motivos y técnicas del teatro oriental, en particular del japonés, con su acentuación en el uso de máscaras, que la compañía abordaba en sucesivos seminarios, los cuales se ofrecían para el estudio y comprensión de los aficionados.

En París, luego de interpretar diversos roles en obras como Ricardo II, Noche de Reyes y Enrique IV, Andrés Pérez acometió en 1985 la preparación de su personaje Chou En Lai, para la versión de La Historia terrible pero inacabada de Norodom Sihanorik, rey de Camboya, obra que tenía una duración de ocho horas.

El siguiente desafío fue un megaproyecto que tuvo resonancia mundial. En 1987 fue propuesto para representar el papel del famoso líder pacifista indio, Mahatma Gandhi, en la obra La Indiada o la India de sus Sueños, escrita por Helene Cixous y dirigida por Arianne Mnouchkine, que recrea la época que oscila entre 1937 a 1948, fecha última que significó la independencia de la inmensa población india de Gran Bretaña, pero también supuso, la división de un territorio en dos naciones separadas por el dogma de la religión. La India, mayoritariamente hindú y Pakistán, de ascendencia musulmana.

Para poder corporizar semejante rol protagónico, Andrés Pérez tuvo que adelgazar quince kilos. La repercusión que tuvo su interpretación, llevó a algunos periodistas chilenos a cubrir su trabajo en directo desde París. Andrés Asenjo, escribió en noviembre de 1987 que: “Aparte del desafío mismo del idioma en una obra que dura cinco dramáticas horas, ésta es la primera ocasión en que un actor extranjero interpreta el rol principal en un espectáculo del Soleil, quizá la compañía de teatro independiente con mayor prestigio en estos momentos”.

La misma Arianne Mnouchkine llegó a confesar su admiración por Pérez: “Es Gandhi mismo en persona”.

Trece años más tarde, en junio de 2000, Andrés Pérez evaluaba su estadía en el Théatre du Soleil de la siguiente manera:

“No es que me haya mimetizado, pero actuar con Arianne Mnouchkine marca a un actor para siempre. En ella encontré a una maestra. Por primera vez me dirigía una mujer. Y soy difícil como actor porque tengo mucho oficio. Me cuesta aceptar órdenes de otro. Yo creo que en la vida hay que ser lúcido. Actuar con Arianne o, como en otra época, con Raúl Ruiz, fue un privilegio, una maravilla de la vida. No puedes sino ser discípulo de genios así. Hay que barrer donde ellos pasan. Barrer antes de que ellos pasen. Y recoger lo que van dejando, sus huellas, mirarlas y estudiarlas”.

Estreno de La Negra Ester y aparición del Gran Circo Teatro

Es verdad que muchos estudiosos de la obra de Andrés Pérez aseguran que este movimiento artístico y escénico surgió con la puesta en escena de La Negra Ester, en diciembre de 1988. Nosotros creemos, que la esencia de este discurso dramatúrgico nació a principios de 1987, sino antes, cuando el actor visitó Chile para disfrutar unas breves vacaciones y dictar un taller con el propósito de difundir lo aprendido con el Théatre du Soleil, en Francia.

En aquella oportunidad, junto a María Izquierdo y Willy Semler, entre otras figuras, realizaron demostraciones de teatro callejero con intervenciones en distintas poblaciones populares de Santiago, en el Cerro Santa Lucía o en el Parque Forestal. En cada uno de los espacios contaron con presencia multitudinaria de público, atraídos por la cercanía de los actores, lo novedosa de la propuesta escénica, que incluía el uso de zancos, de coloridos vestuarios, y el empleo de máscaras y de disfraces.

De modo, que cuando Andrés Pérez retornó de Europa, en el invierno de 1988, venía con la predisposición de darle un sentido mucho más formal, estructural y estético a su ideario del teatro callejero. En ese contexto, aceptó la propuesta de Willy Semler para convertir el poema La Negra Ester, escrito en décimas por el músico Roberto Parra, en un gran montaje escenográfico. Junto a María Izquierdo, Rosa Ramírez, María José Núñez, Pachi Torreblanca, Aldo Parodi, Boris Quercia, Willy Semler, y Horacio Videla, dio el vamos al proyecto.

El 9 de diciembre de 1988, La Negra Ester se estrenó en la plaza O´Higgins de Puente Alto. Desde los primeros días de 1989, la compañía se trasladó a la terraza Caupolicán en el cerro Santa Lucía. Desde aquél momento el éxito del proyecto traspasó las fronteras nacionales.

La Negra Ester se transformó en un espectáculo visual itinerante, que recorrió las distintas regiones del país. En cada una de las presentaciones, se sumaba la Regia Orquesta, banda dirigida por los músicos Cuti Aste y Álvaro Henríquez, que animaba en vivo las actuaciones del elenco.

Doce países europeos vieron y disfrutaron de este montaje artístico, además, de Argentina, Canadá, Cuba, Estados Unidos, México y Uruguay. Se estima que más de seis millones de espectadores en todo el mundo conocieron la propuesta creativa de este colectivo dirigido por Andrés Pérez Araya que significó hacer de “La Negra Ester”, la representación más admirada, aplaudida y conocida en la historia del teatro chileno.

En lo medular, la obra puso en escena la historia de amor entre un hombre recién llegado al puerto de San Antonio, el que se enamora de una hermosa prostituta, la que es pretendida por todos los varones del pueblo. La acción se desarrolla a fines de la década del treinta e inicios de los años cuarenta del siglo pasado.

Lo universal de la temática, unido a una escenografía minimalista, definió a La Negra Ester como una obra popular por excelencia. Pérez recordaba:

“La Negra Ester nos cambió la vida. Es lo que uno siempre espera de cada proyecto y en esto se realizó. Se dieron todas las conjunciones astrales, porque hace como cuatrocientos años que no se alineaban los planetas y ese diciembre de 1988 sí lo hicieron. Ese mes y diez días que ensayamos nunca los he podido repetir. Todos aprendíamos de todos, íbamos a comer al 777. Todo ese desprendimiento que hubo para mí fue irrepetible, porque la flor brota en el desierto cada cien años”


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