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Maurice Durozier: “Los que han desaparecido son parte del fuego que nos anima”


Maurice Durozier: “Los que han desaparecido son parte del fuego que nos anima”

Aprovechando su estadía en Chile como parte de la Escuela Nómade del Théâtre du Soleil, conversamos con Maurice Durozier, actor de la compañía, sobre los años que compartió con Andrés Pérez Araya en Francia.

Por Catalina González Salazar

Era 1983 y un Maurice Durozier de 30 años se encontraba en París con Andrés Pérez, un joven actor chileno que llegaba a la ciudad de las luces gracias a una beca del gobierno de Francia, sin saber nada del idioma. “Fue una conexión inmediata” recuerda Durozier. “Esas cosas son difíciles de explicar, hablamos y de inmediato nos hicimos amigos”.

Así comenzó una amistad unida por el teatro en la Cartoucherie, gran espacio de creación y escenario principal del Théâtre du Soleil. En las noches parisinas recorrían el mismo barrio en que vivían, hablando de un Chile del que Andrés Pérez “hablaba con gran nostalgia” mientras le mostraba fotografías de su grupo de teatro.

El chileno terminó aprendiendo francés en seis meses, absorbiendo el texto de Shakespeare que traducía Ariane Mnouchkine, fundadora y directora de la compañía. Con ese Ricardo II debutó sobre el escenario del Soleil, haciendo un reemplazo para el papel de bufón.

Después vino La historia terrible pero inacabada de Norodom Sihanouk, rey de Camboya, donde Andrés Pérez interpretó a cinco personajes. El montaje duraba 8 horas, y aunque solía hacerse en dos partes, algunos fines de semana hacían una maratónica función con las dos partes. Durozier recuerda como mitológicas las escenas en que Pérez creaba personajes increíbles: en la tragedia de Shakespeare, “Andrés transmitía inconscientemente toda la tragedia de Chile que llevaba en él”.

En esa época, se dividían entre el teatro y la danza contemporánea. Así descubrieron su faceta de bailarín. “Era increíble. De los tres (junto al actor Georges Bigot) era el mejor. Todos los bailarines y bailarinas estaban locos por Andrés, y él hacía improvisaciones, como la de una mujer que estaba perdiendo sus tacones, que era de una fuerza increíble”, recuerda.

“Era realmente una época de plenitud, de energía, de felicidad. Como actor, yo estaba descubriendo todo, fue una época bendecida por los dioses”. Cada vez que iban de gira, Andrés buscaba en cada lugar los restaurantes chilenos que solían ser de los exiliados. Ahí Durozier conoció el ceviche y el pisco. También aprendió a reconocer y respetar “esa parte de misterio” del chileno, cuando se iba “hacia dentro”. “En esos momentos yo pensaba, ‘Andrés ha cruzado la cordillera, está al otro lugar’. No sé qué era, tenía grandes momentos de silencio”.

Para la siguiente obra del Soleil, L’Indiade (1987), Andrés encontró el personaje de Gandhi, un rol con el cual se implicó tanto que dejó de comer. Por ese tiempo, una cita de Gandhi lo acompañaba en su camarín: “la verdad es dura como el diamante y delicada como la flor”. “Probablemente en esa dimensión estaba Andrés en su vida, en la búsqueda de la verdad. Es una paradoja, pero si buscas la verdad haciendo teatro, da una dirección y una coherencia a tu vida bastante fuerte, te sitúas”.

Su retiro con el personaje tenía una explicación: había decidido volver a su tierra. Lo anunció en Israel, en una casa de estilo oriental, la luna y las estrellas iluminando las ventanas, escuchando la melancólica música ghazal. Andrés miró a sus amigos del Soleil y les dijo: “los quiero tanto”.

Maurice se emociona al recordar ese momento. Andrés Pérez dejó al Soleil y volvió a Chile en 1988. Todas las enseñanzas de la compañía serían fundamentales para la creación de La negra Ester y la historia del teatro nacional.

¿Qué fue lo que más los unió?

Muchas cosas pasaron. Creo que el trabajo que hicimos juntos en el Soleil, porque eso es una fuerza entre amigos. También su amor y su pasión por Chile.

Y como actor, ¿qué era lo más admirabas de su trabajo?

Su versatilidad, la forma en que podía actuar varios estilos, de lo cómico al más trágico y todo entremedio. Era un actor totalmente en su cuerpo, que es el lenguaje del Soleil, y no es dado a todos los actores tener esa capacidad de transformar las emociones en signos visibles para el público. Era un actor interior, y había una gracia en él cuando se movía en el escenario.

¿Cómo fue la experiencia de ver La negra Ester en París?

Fue una revelación, una felicidad. La negra Ester era una pequeña joya. Y ver lo que había creado Andrés, cómo había integrado todo lo que había sentido, aprendido, soñado, cómo había encontrado su lenguaje y crecido como director, era impresionante.

Leyendo las postulaciones para la Escuela Nómade del Soleil en Chile, Durozier encontró varias cartas que hacían referencia a Andrés Pérez. “Pero hay que hacer el duelo, mantener el recuerdo que tenemos de él, inspirarnos en los valores que defendía, pero también olvidar el pasado”, advierte. “Los hombres pasan y el teatro queda. Lo que hay que hacer es crear, mantener contra viento y marea grupos de teatro. Es una vida de muchas renuncias y sacrificios, pero también de gran alegría y entusiasmo. Los que han desaparecido son parte del fuego que nos anima, se vuelven elemento, materia, energía, pero, sobre todo, hay que seguir nuestro propio camino”.

 

Foto: Fundación Teatro a Mil.
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